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Perder en ajedrez

Nuestro compañero de club Marcel Blanchard realizó unas reflexiones publicadas el 4 de este mes en Chessbase que hablan sobre la derrota del GM ucraniano Vassily Ivanchuk ante un joven filipino de 16 años en el campeonato del mundo. En esa ocasión, Ivanchuk había dicho: "creo que debo dejar el ajedrez profesional ahora. El ajedrez será un hobby para mí de ahora en adelante" y había agregado, entre otras frases apocalípticas de su carrera como ajedrecista: "me convertiré solo en un aficionado al ajedrez" (Chessbase, 27 de noviembre 2009).

Basándose en esta reacción, Marcel Blanchard tiende sobre la mesa algunas ideas que, al haber sido planteadas de un modo tan franco y directo, pueden llegar a resultar impactantes y amargamente reveladoras. Ahora tenemos la posibilidad de compartir sus opiniones con todos ustedes, en fragmentos seleccionados:

"Después de su derrota hace unos días ante el GM filipino de 16 años Wesley So, el GM ucraniano Ivanchuk en una entrevista realizó manifestaciones que podían interpretarse como que había decidido retirarse del ajedrez profesional. En el sitio ruso chesspro.ru realizó un desmentido (...)

Nos quedamos pensando tras leer antes de ayer la carta en ruso de Ivanchuk, en algunas cosas que van mucho más lejos y que afectan a todo jugador de ajedrez. Cualquiera que juegue al ajedrez, al nivel que sea, sabe bien lo que se siente al perder una partida. Y para cada quien su partida es lo más importante, porque es lo suyo, su creación, su lucha vital por la supervivencia. Un instinto, un atavismo profundo. De golpe nos convertimos en niños, en seres vulnerables. Todos sabemos de qué estamos hablando. Nos tiembla el cuerpo, nos recorre un sudor por la espalda, frío. Y si tenemos algúna imagen preestablecida que defender, ya sea puntaje o reconocimientos formales de tal o cual posición, es mucho peor: nos sentimos acorralados como animales indefensos, que de un segundo a otro, en una colgada en el blitz final, podemos quedar expuestos a la vergüenza. Como si nos "levantaran en público las faldas". No éramos sino unos embusteros, mucho menos buenos de lo que la gente se cree. ¿Se entiende de qué hablamos? ¿Para qué engañarnos y jugar a los grandes y a los serios si todos somos seres humanos y en general se siente lo mismo en lo profundo?

Se entiende de que estamos incursionando en cosas, de las que poco se habla, pero cualquier jugador de competición sabe hasta qué punto nos invaden. Quizás en esa intensidad y en su íntima relación con nuestro ser, es que se pueda intuir algo del misterio. Del hechizo irresistible que ejerce el ajedrez sobre quienes lo jugamos en competición. Es una versión controlada, no física sino intelectual, de una lucha por el todo o la nada, la vida o la "aniquilación". El ser un "elegido" entre los inteligentes o un "patán" obtuso y estúpido al cual nos saludan los elegidos con condescendencia. Y cuando el ego se "pega" y se identifica con ello, es catastrófico. Hasta un tipo profesional de edad madura, como Ivanchuk, puede reaccionar como un niño. Y ahi no lo salvan ni sus trajes Armani, ni sus miles de horas de estudio análisis y juego. ¿Dónde están? ¿De qué le sirvieron? Viene un pibe de las Filipinas y lo barre así como así. Y se terminó. De vuelta a casa en Ucrania desde la Siberia en invierno (...)

Pensábamos que difícil debe de haber sido para él. Aquellos que apenas jugamos al ajedrez y solo se trata de una parte más de la vida, en ocasiones, cuando volvemos a casa tarde, en las noches de derrota, pateando las latas de las veredas por haber perdido una partida del juego del ajedrez de modo más o menos humillante, todo se vacía de sentido hasta la mañana siguiente. Y él, Ivanchuk, es un profesional dedicado por entero a ello, debe de haber sido devastador. Quizá, como lo decía Kasparov en septiembre pasado, hay que saber balancear las cosas precisamente para tener ciertos contrapesos. Decía que su ventaja sobre Karpov era de índole emocional porque él, Kasparov, no se dedicaba solo al ajedrez. Un asunto grande en el que seguramente hay argumentos de fondo válidos para los dos extremos (...)

Y está relacionado con otro inmenso: los jóvenes en el ajedrez. Uno se da cuenta de lo peligroso que es, porque el ajedrez de competición es peligroso para el ego. Puede transformar a la gente en patética. Puede confundirla. Especialmente si se trata de adolescentes que comienzan a verse aquí y allá en fotos de blogs y sitios como si fueran estrellas y genios. Hay que tener cuidado, así nos parece. Como en todo, convendría de vez en cuando preguntarse: ¿Y al final, para qué? Esa es una de las preguntas que a nuestro entender se debería sugerir, enseñarse, junto con todo el ladrillote de conceptos con que se educa. Al fin de cuentas, todo esto, ¿¡para qué!? Entonces, como mínimo uno puede quedar vacunado contra el virus del patetismo. Por lo pronto para que si un día se pierde en todo el frente, lo que a veces sucede, como dicen los mexicanos, no "rajarse", y como decían mis padres: no rajarse "como un majadero", ya sea del torneo en la mitad de su desarrollo, o del escenario de batalla del que se trate en el campo de la vida (...)"


Para ver el artículo completo en Chessbase, clic aquí.

Para ir al sitio de Marcel Blanchard, clic aquí.

1 comentario:

  1. Básicamente, estoy de acuerdo con lo que dice Marcel, poniendo el énfasis en 2 cosas:
    a. La descripción de la emoción de ciertas derrotas
    b. La necesidad de tener un "para qué", especialmente en la responsabilidad formativa hacia los más jóvenes. (Si no lo tenemos nosotros, mal podremos ayudarlos a que construyan el propio).

    Agregaría lo siguiente: hay derrotas y derrotas.

    Hoy perdí en un activo un sólo partido, y en otro hice tablas. Mi derrota, frente a Rubén Hipogrosso, en un partido que daba lástima fuese a 15 minutos -una posición de esas que a uno le gustaría pensar toda la vida-, fue una derrota que me dejó satisfecho. Hipogrosso es mucho mejor jugador que yo, y haber perdido cómo lo hice, en forma ajustada, me honra.

    Luego hice tablas en una posición ganada contra Yanina Carnebia. Dos errores estúpidos en el final, fruto del calor, la relajación de la atención, la excesiva confianza. Se que por mucho tiempo me voy a acordar de este partido. Cómo de otro "ganado" contra Behetti, en la última fecha del Preeliminar 2009... que confiado desperdicié en el final.

    Por eso, en realidad, y según el carácter de cada uno, se sentirá un "patán" frente a los "sabios" y de ellos culpará a los demás... o a sí mismo como suelo hacer yo.

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